lunes, agosto 25, 2008

Como si fuera un microfilm de Borges



I.
Certera. Como un rayo. Como si el metal tuviera una guadaña, entró ahí, directa a la sesera. Se coló entre mis recuerdos. Entre mis olvidos. Toda mi vida estallaba en imágenes frente a mí. Toda la muerte latía frente a mí.
Olvido es una palabra que sabe también de muerte.
Pensé que lo mejor fue que no hubo dolor.
¿Hubo un ruido? ¿O solo me pareció?

II.
La fatalidad. Venía escapando de una banda de delincuentes. En estas circunstancias, los por qués no existen, o no importan. A esta altura, toda la atención estaba centrada en la agitación, en el sudor, en un oculto deseo de morir. A la vuelta de una esquina, un gordo con gorra y bigotes me apunta con la 9 confundida. Forcejeamos, y dentro de un oculto deseo de matar, le saco la 9 y le pongo 3 tiros. Con el jugo de tomate frío en mis venas, como si lo hubiera practicado en todos mis sueños.
III.
Todos me apuntaban y nadie se atrevía a dispararme. Era una especie de descampado y estaba rodeado de todo un odio turbulento, de una necesidad de liberar odio y de venganza vestida de azul. Pero mi odio los superaba, mi odio era tan infinito que emanaba de mi alma como uno de esos vientos soplados por dios y por el diablo juntos. Dentro de ese laberinto de sensaciones mortales, todos estábamos pendientes de las expectativas del primer movimiento. Una mujer policía me miró y pude sintonizar el miedo en sus ojos. Mi mirada le transmitió un pensamiento. Me apuntaba con su 9 fatal. “En cana no voy ni en pedo”. Me gustó comprender ese instante de saber que yo no estaba hecho para la tumba. Me gustó que su sensibilidad femenina comprendiera lo mismo. Entre el olor a cerdo de uniforme azul, mi respiración agitaba los tiempos. La sangre, era un magma torrencial. Y como si estuviera en medio de un cuento de Borges, creo que sentí miedo.

IV.
Tirado en el suelo, pude ver las últimas imágenes ensangrentadas de mi alrededor. Pude percibir de una manera mágica aquellas sensaciones que uno sabe que son únicas en la vida, o en la muerte. Que me iba, que me respiraba sin aire. Sentí la pesadez de la muerte. Palpitaba la voracidad de lo inerte. Todo el aire del mundo que no me alcanzaba. Un fuego latió en mi corazón, y ardió repentino y expresivo y fugaz también, y me hizo recordar a mis seres queridos, a mis cosas queridas, cosas vividas que ya no iban a ser más... imaginé el destello de una calavera delirante. La profundidad de todos los tiempos en sus cuencos.

Y ya no había miedo ni desesperación. Sentí cómo todo lo que llamamos vida me abandonaba lentamente y que yo no podía hacer nada al respecto. ¿Duró todo un instante? ¿O solo me pareció?

V.
Es ya de día. Se mezcla el sol con la gente como bólidos en las calles. El tren en la estación Ramos Mejía, que me espera mientras me agita un “¡Vamos M! ¡Apurate!” Y como si estuviera en medio de un cuento de dios, no puedo evitar volver a sentir que puedo despertarme sobresaltado, aunque todo parezca tan real.

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