miércoles, octubre 18, 2006

Luna de fuego


Supongo que hoy estoy acá porque me dije “esta puta tos no me va a ganar”. Estoy en la oficina, aunque no debería. La humedad me está carcomiendo la garganta. Al mediodía, mientras venía caminando para el laburo tenía la sensación de que caminaba sobre un colchón ardiente, pero en realidad una lava de verde verde moco verde verde baboso inundaba las calles y las veredas. Y llegué rebotando sobre esa pantanosa extensión de moco vomitada por mí mismo. Desde el viernes que vengo incubando algo. La tos comenzó leve. Duermo mal, como poco. Encima el doctor me diagnostica “faringitis” y me dio unas pastillitas de colores. De alguna forma me afecta al balero. Mala onda. Insomnio. Si la debilidad de Aquiles era su talón, la parte más vulnerable de mi cuerpo es mi garganta. Todos tenemos una “garganta de Marcelo”, incluso Aquiles. Desde el dolor de muela del último verano que no me sentía tan mal. Y no sé bien por qué, de alguna manera, pienso en que tengo que despertar. Necesito despertar...





Lo peor fue anoche. Me atacó una especie de epilepsis de tos. Mis toses son histéricos alaridos guturales que entran y salen del sueño. Suelo dormir bien tapado. Un calor frenético comenzó a agobiarme. Me acechaba. Y ya de repente estaba entrando al laburo. En la entrada al edificio me di cuenta de que me había olvidado la tarjeta para pasar los molinetes, y también la que uso para entrar al piso 27. Y por alguna extraña razón estaba de nuevo en mi habitación, en medio de la delirante oscuridad, y había algo que se movía. Era yo, al lado de la repisa, con los malditos abonos del tren y del subte en la mano. Con las malditas tarjetas de los molinetes de la entrada al edificio y la maldita tarjeta de entrada al piso 27. Estaba semi desnudo. Prendí la luz. Marcaba el reloj las angustiadas 4 de la madrugada. La luna, exhuberante señuelo que me atraía con su luz primigenia, como siempre. Y yo no sabría bien decirles si en realidad estaba acostado todavía, o si me había levantado.
La realidad de la noche suele tener una extraña ambigüedad cuando la luna está prendida fuego.

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