jueves, agosto 24, 2006

Vive hoy, vive bien, vive siempre

Y resulta que ahora me gusta Buenos Aires cuando llueve. Un tipo con un paraguas, ahorcado por la corbata y duro por el caballeresco traje que lleva puesto, se resbala por saltar un charco y se cae de nuca contra el asfalto. Y al ver la ridícula pirueta me cago de la risa. Queda tirado y se muere desangrado porque la ambulancia tardó media hora, ya que el chofer y la enfermera se estaban echando un polvo en la parte de atrás, después de haberse fumado un buen porro. El certificado de defunción, las coronas de flores y la lápida en el cementerio dirán: MURIÓ COMO UN INFELIZ. A cualquiera le puede pasar.
Piénsenlo.

Escuché a mi vecinita del piso de abajo gemir como una yegua y me dije: ¡¡¡al fin alguien se la está poniendo bien!!! Y me cagué de risa al ver al pata de lana en el balcón cubriéndose las bolas con un par de medias mientras se mojaba con la lluvia, y al marido de la mina diciéndole: “¡Hola primor! ¿Me extrañaste? ¡Yo sí! ¡¡¡Y te traje esta caja de bombones de mierda que a vos te gustan tanto!!!”. Y me recontra recago de la risa cuando me acuerdo de que ella le había dicho a él: “¡Dale, negri, casémonos que quiero formar un hogar con vos!” A cualquiera le puede pasar.
Piénsenlo.

No me gusta el encierro cuando se viaja en tren los días de lluvia. Huele a rancio, a perfumes tobaras, a poronga en desuso y a concha con telarañas. Pero sí me gusta bajar en la estación de Once y cagar a codazos a los que se quieren subir al tren lleno antes de que toda la gente baje. Sobre todo a las viejas. “Esas que te dicen: ¡aaaayyyy! Pero qué maleducado! Y no sólo las golpearía con todo el gusto y placer de mi alma, sino que también las escupiría, las vomitaría, las mearía y las cagaría. Y no es mala educación. Sólo el llamado de la naturaleza. No voy a negarle el gusto a la gente con vocación de inodoro. A cualquiera le puede pasar. Piénsenlo.

Me cago de risa cuando veo a Joaquín Sabina en la tele, el centro de atracción de todas las cámaras hablando de cómo le gustó y le gusta la merca. Y todos diciendo: “aaaayyyy, ¿pero no es un dulce Joaquín? ¡Un divo! ¡Divvvvvvino! ¡Qué bien que canta! ¡Un poeta!”. Claro, esa misma gente dirá: "aaaayyyyy, pero ese pibe que para en la esquina anda con la mala junta, parece que anda en las drogas. ¿No le ves la cara de drogado que tiene?”. A cualquiera le puede pasar.
Piénsenlo.

Me gusta venir por la avenida bailando con el paraguas como Frank Sinatra, Fred Astaire, o como cualquiera de esos dos boludos. Cantando: I am singing in the fuckin’ rain! Venir feliz bajo la lluvia y meterle el paraguas bien en el orto a las modelitos de plástico que nos sonríen a todos en el kiosco. Y mientras, ellas gimen como perrrrrras: “¡oooohhhhh, aaaaahhhh, síiiiiiiiiiiii, asiiiiiiiiiii, qué bien que abrís y cerrás el paraguas, papito, papucho, gorddddi!” A cualquiera le puede pasar.
Piénsenlo.

Y resulta que ahora me gusta Buenos Aires cuando llueve. ¿Quién lo diría? ¿Pero alguna vez se fijaron que el agua que cae del cielo en Buenos Aires tiene otro color? Medio amarronado, como de malta. Y eso hace que los días de lluvia en Buenos Aires se vuelvan algo bizarros... como si lloviera whisky.

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