martes, junio 06, 2006

Tentaciones angelicales

Me gusta jugar a ser Dios y el Diablo.
Me gusta forjarme ángeles hasta el colmo de mis demonios.
Nunca nada me pareció lo puramente angelical, ni nunca todo me pareció lo perversamente diabólico.
Siempre me gustó buscarle el demonio a mi ángel más que el ángel a mi demonio.
Me seduce la multiplicación del estado de naturaleza por el estado de tentación permanente.
Busco constantemente un refugio de tentación justa que puede ser justo en el centro de las delicias del deseo.
Siempre me gustó tomar por las sendas clandestinas que conducen a la planta del fruto prohibido, el fruto del perfume de la risa, cuyo deseo arde hasta quemar los dedos, y que cuando más incomprensible se vuelve, arde mejor.
Dulce flor ardiente caramelo.
En el fracaso de las luces suelo escuchar el susurro musical del ángel de la tentación, el ángel de corona perdida, dulce compañía, que me ha guiado a través de todas esas sensaciones que siempre tanto nos gustan y que siempre tanto nos prohíben. Porque hay ángeles que bajan a buscar sus dosis de aguas descarriadas en corrosivas oscuridades. Ángeles de oscura belleza a quienes nadie se atreve a escuchar, porque sólo a unos pocos les interesa saber que los ángeles también deben exorcizar sus demonios.
En este instinto fascinante que elige refugiarse en el insomnio, más allá de los ojos que indagan en lo hueco del instante, la realidad es relativa, y juego a leer las estrellas, juego a que creo que puedo entenderlas, aunque sólo acabe en el intento de domesticar algunas ideas rebeldes y de sublevar algunas ideas estrictas.
A partir de ahora, sólo voy a desandar los caminos del sin rumbo, los caminos en los que los tropiezos serán nuevas tentaciones dónde encajar la mente, porque hasta ahora en esta vida, nadie ha perfeccionado las técnicas del tropiezo ni nadie ha escrito el manual del rumbo perfecto.