jueves, junio 26, 2008

Ardiendo en Babilonia


Era mi departamento.
Llegué a la puerta y, antes de abrirla, la llave se congeló a mitad de camino. Mi oído se inundó de los sonidos descontrolados que venían desde adentro. Igual entré, y ahí estaban todos los avernados. Me miraban con sus ojos de duendes, me sonreían con sus sonrisas de cohete, me invitaron a jugar un partido de truco entre ciegos.

¿Era mi departamento?
Había rosales que brotaban desde el techo, como un difuso caleidoscopio del edén, lejos de algún alcance. Las paredes bailoteaban sin saber, y se entremezclaban como fichas de dominó. Hasta que, de repente, me absorbió un rumor de irrealidad. Un vuelo acústico comenzó a surcar nuevas latitudes de espacios como cielos giratorios. Se abrió un cráter de una nueva dimensión en la que el espacio comenzó a arder exaltado en delicadas sensaciones. El fuego comenzó a latirlo todo. Un universo de silencio sofocaba voraz con su zumbido, abriéndose paso entre un quásar de bullicios.

La silla en la que estaba sentado comenzó a elevarse, comenzó a sentir una atracción, y se deslizó en el aire como imantada hacia el espejo. El espejo siempre se nutre de esa atracción tan pegajoso... Un fuego conocido viajaba fugaz eterno encendido en sus ojos. El poder del sol, ardía en su retina. Daba vueltas por la habitación como buscando ese placer que había mandado al muere. Insistía en la búsqueda de una certeza, entre recuerdos casi fósiles, sólo porque en la búsqueda de respuestas, creía haber engañado al curioso síntoma de algunas preguntas. Irse, no siempre es escapar.

En un intento por acaparar la atención del tiempo, imágenes de fiebres indescifrables surcaron el espejo. Y es que la calavera jamás podrá distinguir desvaneciéndose entre el humo, que, quizás, ese que me mira desde el otro lado del espejo, tranquilamente pueda ser yo.


Ramos Mejía, abril de 2007.




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sábado, junio 07, 2008

Vuelta al ruedo

Anochecida la ruta en tinieblas. Borrascas de luna entre nubes de humo. Un mordisco angelical de labios despintados. De repente, los ojos comienzan a ver y ya el sol se estrellaba contra la sesera que retumbaba contra las cuatro paredes de la habitación, quejosa ya, de tanto barullo desneuronado. La ventana se desmoronaba sobre la cama con su luz. Una mujer rubia, confesa enamorada de cursilerías sutiles, me babeaba la mirada, me miraba la baba maltrecha y desperdiciada seguro, y su lengua ácida y agria se me cuela sigilosa en el cráter.
- Ya estoy despierto...
El ruido del tren, a la distancia, arde en el bonete. Miro hacia el silencio que resta a la bocina. La vuelvo a mirar a ella, con mi sexo clavado en su rostro, su boquita de morder que se arisca:
- Me quiero ir...

Siento la suavidad de nuestras carnes unidas por las pantorrillas. De repente, los ojos comienzan a ver, curiosos de esos murmullos que arrima el sol. Una cabellera de mujer rubia aplastando mi brazo, su respiración que me late en la sesera. Y yo que le digo absorto:
- Quiero despertar...

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